
Intento abrir el negro paraguas de mi padre
debajo de la cama, sin poder conseguirlo
porque voy tropezando con zapatos y botas.
Pruebo después con otro paraguas más pequeño
y mío, de colores, cuando yo era niña,
y tampoco lo logro.
Alguien me dice entonces
que no se debe abrir en la casa el paraguas.
Pero sigo, terca, hasta que doy con algo
apenas consistente, por donde mi pequeño
paraguas y yo nos escapamos
completamente abierto
y girando con todo su esplendor de colores.
desconozco el autor